Considero que una de las más grandes enseñanzas de La Biblia está en las palabras que utilizamos y su poder, incluso Proverbios 18:21 dice: La lengua puede traer vida o muerte; los que hablan mucho cosecharán las consecuencias.
Me hace pensar en las veces en que criticamos a los demás, las veces en que nuestro círculo critica a otras personas duramente y no hacemos ni decimos nada.
Pero, ¿de dónde viene el hecho de criticar tanto? ¿cuál es el origen de los corazones que encuentran necesario incluir una opinión mala en toda conversación? Creo que es sencillo: el compararse. Al no tener nada bueno que decir de mí, o al no querer que se fijen en lo bueno o malo que hago, prefiero que se fijen en lo malo que hacen todas las demás personas, en lo feo que se visten, en cómo no van a triunfar, etc.
Pablo, en 2 Corintios 10:12 dice: ¡Ah, no se preocupen! No nos atreveríamos a decir que somos tan maravillosos como esos hombres, que les dicen qué importantes son ellos, pero solo se comparan el uno con el otro, empleándose a sí mismos como estándar de medición. ¡Qué ignorantes!
Jamás debemos de compararnos, porque entonces nos ponemos a nosotros mismos como estándar de medición, y, ¿quiénes somos para medirnos nosotros y a los demás? ¿quiénes somos para realmente conocer las intenciones de los demás?
En los ámbitos en donde más debemos de ubicarnos es en lo que decimos, que a la larga determina lo que somos:
- ¿Qué estoy diciendo de los demás?
- ¿Qué me estoy diciendo a mí misma?
- ¿Quién creo que soy?
0 comentarios